Soy Rosa Rasche y estoy hasta el moño de que la maternidad sea sinónimo de culpa y ansiedad
Se que existe una maternidad en donde, la mayor parte de los días, los gritos, las amenazas, los chantajes y los castigos no son los protagonistas.
Pero si un día lo son, lo ideal es tener compasión contigo misma y no estar castigándote durante horas.
Todo tiene solución, solo tienes que encontrar cuál es la que necesita tu familia y dejarte de recetas mágicas.
Buscar soluciones reales y duraderas, que estén adaptadas a tu familias y con las que no te sientas rara ni extraña al ponerlas en práctica.
La realidad de cada uno es diferente: Yo tuve que aprender que a mi hijo pequeño no puedes tocarle durante una «rabieta», y que mi hija mayor necesita estar sola cuando las cosas no salen como ella quiere.
Sería tremendamente irrespetuoso que me empeñara en hacer las cosas según marcas los cánones de la crianza respetuosa, ¿no te parece?
Pero déjame que te cuente como he llegado hasta aquí…
Desde que soy pequeña mi etiqueta ha sido que tengo mucho carácter. Mi madre siempre se ha quejado de mi «pronto» y yo sentía que mi familia no me escuchaba.
En cambio, mi padre decía: «Rosa no es que tenga mucho carácter, sino que ha desarrollado la supervivencia». Decía que rodeada de tanto chico no me quedó otra que desarrollar una defensa natural.
Como cuando a los 15 descubrí que mis hermanos tenían amenazados a todos los chicos que trataban de acercarse a mí o cuando llegaba la hora de poner la mesa…
Vamos, que lo de buscar soluciones a los conflictos lo traigo de serie.
Pocas veces me he callado, pero el tiempo y la experiencia me han enseñado que el CÓMO se digan las cosas también es importante.
Siempre me he sentido un poco la oveja negra de la familia: Rebelde, sin ver la vida como ellos y con una forma de pensar muy diferente. Y esto, es un momento de mi vida, hizo que me sintiera perdida… ¡Ay, ese sentimiento de pertenencia como puede confundirnos a veces!
La primera vez que viví ansiedad tenía 23 años, estaba terminando la carrera, trabajaba en una agencia de comunicación y tenía un novio que mi familia adoraba.
Necesité poner kilómetros de por medio y alejarme de todo para dejar de desmayarme por hiperventilación.
Tras seis meses viviendo en Inglaterra, decidí irme sola a Annecy. Un pueblo del sureste de Francia, rodeado por los Alpes y donde un lago y su arquitectura medieval lo hacen mágico.
Le llaman La Petite Venice, porque por él cruzan dos pequeños canales y por el carnaval «veneciano» que tienen.
Cargué el coche con cajas de libros (bueno, y de comida, ya sabéis como son las madres) y tomé rumbo a Francias sin tener ni idea de hablar francés.
Cuando crucé la frontera solo sabía decir: «Je ne parle pas français, parlez-vous anglais ou espagnol?» («yo no hablo francés, ¿hablas tu inglés o español?»)
Alquilé un estudio en el centro del pueblo, mi casero era un hombre extraordinario, que tenía una pequeña zapatería al lado y que me acogió más como si fuera su hija que como inquilina.
Durante el primer mes lo único que hice fue pasear, leer, escribir… No podía hablar con nadie (excepto con mi casero) porque no podía comunicarme y ese fue el verdadero inicio de mi transformación.
Viví otros once meses allí y el punto de inflexión fue cuando mi casero dejó de hablarme en inglés. Me hizo ver que había conseguido aprender un nuevo idioma y, sobre todo, que estaba lista para volver a tomar las riendas de mi vida.
Volver a casa de papá y mamá y renunciar a mi independencia fue duro.
Además, tenía miedo de volver a sentirme como cuando me fui. Pero tenía la gran suerte de poder identificar las señales.
La ansiedad no desaparece nunca. Igual que es imposible no perder los nervios nunca.
Lo que sí puedes, es aprender a identificar las señales que te da tu cuerpo. Para poder gestionarlo y reconducir la situación.
Al poco de volver, conseguí trabajo en una revista de coches. Sabía que era un mundo de hombres y que no sería fácil hacerme un hueco. Pero lo que no sabían es que tengo experiencia en lidiar con ellos desde que nací.
La primera Eurocopa que ganó España trajo a mi vida al que hoy es mi marido. En el mundial ya estábamos viviendo juntos y en la segunda Eurocopa nos casamos. Como buen argentino, el fútbol ha marcado muchas de nuestras vivencias.
Nuestra hija mayor nació el día que Argentina perdió, en los penaltis, el mundial del 2014, no te digo más…
Puedes imaginar mi camino por la maternidad, ¿verdad? Tengo dos hijos y la culpa me tuvo muchas noches sin dormir.
Todos necesitamos una forma de canalizar la ansiedad, yo ya no hiperventilaba. Los gritos, los castigos, los enfados constantes… eran mi nueva forma de sacarla.
Conocía y sabía gestionar mi YO antes de ser madre, ahora tenía que descubrir y sintonizar con mi YO después de la maternidad.
Siempre he sido muy resolutiva, pero cuando comencé a leer y hacer talleres sobre crianza respetuosa la culpa se hizo mucho más grande y me quedé bloqueada.
Una cosa es la teoría, otra llevarlo a la práctica y que se mantenga en el tiempo.
Recuerdo perfectamente la cara de mi hija mayor la primera vez que le pedí perdón. También el día que mi hijo pequeño me cruzó la cara cuando intenté abrazarle durante una explosión emocional.
Me sentía descolocada porque había muchas cosas que en mi casa no funcionaban. No quería utilizar las «viejas» herramientas, pero no era capaz de sentirme cómoda con las «nuevas».
Y así fue como descubrí que no puede existir un manual de instrucciones estándar: la realidad y la situación de cada uno es diferente.
Has podido leerme en varios medios de comunicación, de hecho estuve más de un año colaborando semanalmente en la sección de familias de La Razón.
No necesitas una maternidad dominada por la ansiedad
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