Mis dos hijos han nacido por cesárea, es algo que no entraba en mis planes y que jamás habría querido que ocurriera. Cuando te quedas embarazada empiezas a pensar en cómo se desencadenará todo, qué ocurrirá, y cómo viviremos ese momento. Yo tenía todo en mi cabeza, fantaseaba en cómo se desencadenaría el parto y cómo mi marido y yo viviríamos ese momento en el que nos conoceríamos como familia…
Con mi hija mayor, desde la semana 38 estaba expectante y ansiosa por ponerme de parto, por eso cuando rompí aguas todo un torrente de emociones (y de hormonas) inundaron mi cuerpo, llegué al hospital y comenzó el gran momento de convertirnos en padres. Tras 30 horas de parto, con dilatación completa y habiendo comenzado el expulsivo, entró la ginecóloga en el paritorio y tras enterarse del peso que había cogido en el embarazo nos comunicó que nos íbamos a cesárea… Fue un momento fulminante emocionalmente, no me podía creer que todo fuera a terminar así, que mi cuerpo no fuera a ser capaz de alumbrar a mi hija, que me fueran a separar de mi marido, que no fuera a poder coger a mi hija en brazos, que mientras yo me quedaba atada a una camilla tuviera que ver como se llevaban a mi hija llorando… Pues sí, todo eso ocurrió, además de, mientras estaba abierta en canal y sin mi hija en brazos, aguantar que la ginecóloga me regañase como a una niña, llegando a decirme “como vuelvas a engordar tanto en otro embarazo no vengas a este hospital porque no te atiendo”, puedo jurar que es una frase que jamás se borrará de mi mente.
No quiero entrar a juzgar una decisión médica pero ver el informe de mi parto y que en él ponga “cesárea por no progresión del parto” es algo que no alcanzo a entender. Mi parto por supuesto que había progresado, estaba dilata de 10 cm, con un expulsivo que progresaba perfectamente, sin sufrimiento fetal… Sin duda alguna los kilos de más de mi embarazo, engordé 30 kilos, fueron una auténtica barbaridad, pero también creo que la ginecóloga en vez de pararse a escuchar a mi cuerpo y a todo el equipo de matronas que habían estado conmigo durante toda la noche, saco de su cabeza probabilidades y estadísticas y, como suele decirse, decidió “cortar por lo sano”.
La recuperación de una cesárea a nivel físico es duro, pero a nivel psicológico es algo que te acompaña durante toda la vida, por eso, cuando me quede embarazada por segunda vez, es algo que rondaba continuamente mi cabeza… Cuando a las 12 semanas de gestación me dijeron que traía una placenta previa oclusiva total fue como un jarro de agua fría, estaba claro que iba a tener que volver a pasar por otra cesárea, pero por lo menos esta vez tenía tiempo para prepararme, informarme y saber cómo queríamos vivirla. Cuando ya teníamos todas las decisiones tomadas, nos encontramos con que a la semana 32 de gestación, la placenta había subido y había abierto el canal del parto, por lo que la cesárea desaparecía del protocolo.
En la semana 37 mi hijo decidió que ya estaba listo para nacer y rompió la bolsa, nuevamente ese torrente de emociones (y hormonas) volvieron a inundar mi cuerpo, pero con un miedo atroz a que el parto terminara nuevamente en un quirófano, como así fue… Tras dos días y medio de inducción el equipo médico nos aviso de que el parto no progresaba y que lo más conveniente era hacer una cesárea, recuerdo como algo se rompió dentro de mí, y no me podía creer que fuera a pasar otra vez por lo mismo, aunque tengo que reconocer que todo el equipo médico fue mucho más humano, me acompañaron en ese dolor y empatizaron, aunque sigo sin comprender que significa que un parto no progresa, quizá solo debemos dejar más tiempo a la naturaleza y no tener protocolos para todo…
Jamás pondré en tela de juicio las decisiones médicas que se tomaron en ninguno de mis dos partos, más que nada porque tanto mis hijos como yo estamos sanos y salvos y no puedo saber que habría ocurrido de haber tomado otras decisiones, pero sí creo que es fundamental que los equipos que acompañan y ayudan a las mujeres a dar a luz tienen que tener en mente que parir es el acto más natural que existe, que el cuerpo de la mujer lo lleva en su ADN y que durante 9 meses se prepara para ello. Nos empeñamos en poner plazos a todo, estructurar cada una de nuestras actuaciones y en muchos casos se deja de lado escuchar y saber interpretar el propio cuerpo y nuestra propia naturaleza.
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