Tenemos la costumbre de calificar las actuaciones y de etiquetar a los niños, algo contraproducente tanto para quien recibe como para quien impone la etiqueta. Al etiquetar estamos basando nuestra percepción en una sola actuación de nuestro hijo y dejamos de percibir a nuestro pequeño en su conjunto. Estamos centrados en el comportamiento que hemos etiquetado y nos perdemos todo el resto de cualidades que tienen nuestros hijos. Por otro lado, cuando etiquetamos, nuestro hijo ve como se limita su forma de ser a una manera de actuar en un momento determinado.
Las etiquetas las utilizamos para calificar a los niños por un determinado comportamiento («vago», «perezoso», «travieso», «cabezón», «responsable» «bueno»…) y condicionan ese comportamiento. Son juicios de valor que se centran en una única parte de la forma de ser o de comportarse del niño y condicionan el carácter y la personalidad. Reducen al niño a una sola palabra y limitan el desarrollo. La personalidad del niño se queda encasillada en las expectativas que existen dentro de esa etiqueta que se le ha puesto.
Las etiquetas positivas
Pensamos que las etiquetas positivas son buenas y beneficiosas porque refuerzan la autoestima. Solemos utilizarlas para alabar pero lo que suele ocurrir es que los niños acaban centrando su comportamiento en la aprobación externa. Ninguna etiqueta es beneficiosa ni educativa para los niños ya que limitan el desarrollo de su personalidad.
Esas etiquetas que catalogamos como «buenas» pueden suponer una gran presión para los niños, demasiada carga y miedo a no cumplir las expectativas y a fracasar. Por otro lado, los niños acaban creyendo que sólo se les quiere en función de sus comportamientos y que no pueden actuar de otro modo porque no obtendrán amor.
Por otro lado, en ocasiones utilizamos estas etiquetas para alentar a nuestro hijo aun sabiendo que no tiene esa cualidad y esto genera una gran desconfianza. La presión por actuar como la gente espera acaba en una gran frustración por creer que no ha estado a la altura. Al darse cuenta que no dispone de esa habilidad, dejará de confiar en el adulto de referencia porque dejará de creer en su criterio.
Consecuencias de etiquetar a los niños
El utilizar etiquetas conlleva varias consecuencias para los más pequeños y ninguna es beneficiosa para el desarrollo del niño. Algunas de ellas son:
- Los niños actúan en función de las expectativas que los adultos han depositado en ellos. No toman decisiones «libremente», sino que están supeditadas a lo que creen que esperan de ellos.
- Una vez que asume la etiqueta como suya deja de esforzarse. No trata de cambiar su comportamiento porque actúan en función de lo que se espera de él.
- Las etiquetas se convierten en la base de su toma de decisiones, es decir, le perseguirá en cada paso que de y en cómo trate de resolver cada situación.
- Las etiquetas hacen que un comportamiento determinado en un momento preciso se convierta en un patrón de actuación al que acudir.
- Suelen servir como excusa para un determinado comportamiento: «Es que yo soy así». Hacen que creamos que no es posible el cambio.
Qué ocurre cuando etiquetas a un niño
Los adultos somos los máximos referentes de nuestros pequeños y nuestra opinión es muy importante para ellos, etiquetar a los niños dejará huella en su personalidad. Cohiben el desarrollo personal y son muy malas para la autoestima. El niño puede llegar a sentirse incapaz de hacer algo únicamente por aquello que otros han dicho.
Calificar los comportamientos de los niños no tiene ningún beneficio porque los pequeños acaban creyendo que ellos son así, es decir, lo que es una forma de actuar ellos lo convierten en una realidad y piensan que nunca podrán cambiar. Etiquetar a los niños acaba haciendo que se sientan limitados y menospreciados.
Una vez que se ha puesto una etiqueta, quien la recibe siente que no tiene nada que hacer, ya está catalogado y no puede cambiar. Pensemos por un momento cuanto daño podemos hacer a un niño que está en pleno desarrollo si limitamos todo su potencial a una única palabra… La personalidad del niño está en constante cambio y cuando etiquetamos la mayoría de las veces el niño acaba desarrollando más ese comportamiento (por la incapacidad que siente de que puede cambiar): «Soy vago, para que voy a cambiar, si es que yo soy así».
Qué podemos hacer en vez de etiquetar a los niños
Lo primero que deberíamos tener en cuenta para alejar las etiquetas de nuestro vocabulario es que dejemos de lado catalogar las actuaciones de los niños. Los pequeños, igual que los adultos, actuamos de determinada manera en función de una situación y de un momento preciso. No es justo que ese momento particular tenga que definir nuestra forma de ser.
Ante, por ejemplo, la desgana de hacer los deberes, en vez de decir: «Eres un vago», quizá podríamos decir: «Veo que te cuesta comenzar con las tareas». De esta manera conseguimos dejar de lado el «carácter» y nos basamos en las acciones y en los comportamientos.
Las etiquetas se utilizan para referirse a alguna conducta que suele ser repetitiva en el niño por eso lo ideal es que seamos capaces de ver el por qué de esa actuación. Si nos quedamos en etiquetar a los niños en función de su comportamiento estamos dejando de lado muchas variables. Cuando observemos que un niño repite un comportamiento deberíamos pararnos un segundo a mirar y a preguntar a nuestro hijo porque actúa así. Te sorprenderá lo que podemos aprender realizando preguntas de curiosidad a los niños y con ellas seguramente podremos saber qué está ocasionando ese comportamiento.
Alberto Soler y Concepción Roger acaban de sacar al mercado el libro Niños sin etiquetas: Cómo fomentar que tus hijos tengan una infancia feliz sin limitaciones ni prejuicios que te será de gran utilidad para profundizar más sobre el tema de etiquetar a los niños.
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