Todos los padres decimos que no nos gusta castigar a nuestros hijos, pero en cambio es un recurso que utilizamos muy a menudo. Si no nos gustan los castigos, ¿por qué seguimos utilizándolos? Cuando caemos en la trampa de castigar o de amenazar con él suele ser porque nos hemos quedado sin recursos. No vemos otra manera de que nuestro hijo cambie un comportamiento o haga lo que le estamos pidiendo. No encontramos otro camino para que los niños obedezcan y nos sentimos impotentes y frustrados ante una situación que no sabemos manejar de otra manera. En el post, Chantajes y amenazas recursos que utilizamos demasiado en la crianza encontrarás el porqué no debemos usarlos y como conseguir que desaparezcan de la educación de tus hijos.
Los castigos son un recurso que «funciona» en el momento, es decir, cubre la necesidad inmediata que tenemos de que nuestro hijo deje de hacer lo que está haciendo en ese momento. Pero la pregunta es, ¿por qué deja de hacerlo? Deja de hacerlo por el sometimiento y por el miedo a una consecuencia pero no porque haya aprendido de su equivocación. De hecho ante un castigo nuestro cerebro siente una tremenda injusticia y se puede desarrollar un sentimiento de venganza. El castigo es un recurso para un momento de desesperación de los padres pero no tiene ningún beneficio para los niños, ni a corto ni a largo plazo.
¿Por qué no funcionan los castigos?
Cuando decidimos imponer un castigo a nuestros hijos estamos olvidando el origen del problema y nos estamos centrando únicamente en un comportamiento. Solo vemos el «aquí y ahora» y basamos nuestra decisión en un determinada conducta. No debemos olvidar que todos los comportamientos tienen un porqué, buscan alcanzar un objetivo. Si solo nos quedamos en la superficie y utilizamos un castigo para solventar ese comportamiento no estaremos dando cabida a saber y conocer cual es la verdadera necesidad que tiene el niño. En instagram puedes ver un directo sobre como gestionar los comportamientos de los niños, te dejo enlace AQUI
Ante un castigo nuestro hijo puede desarrollar diferentes sentimientos y ninguno de ellos está enfocado hacia el aprendizaje… Cuando utilizamos los castigos nuestro hijo puede responder con:
- Venganza y sentimiento de revancha.
- Resentimiento.
- Rebeldía.
- Retraimiento.
- Baja autoestima.
El cerebro está preparado para bloquear las sensaciones desagradables y un castigo no es nada agradable para nadie… El único aprendizaje que un niño saca de un castigo es que la próxima vez tratará de hacerlo sin que le veamos. No cambiará su comportamiento porque no ha aprendido nada sobre él, lo único que ha aprendido es que no quiere volver a vivir esa situación. Cuando nos quedamos solo con la superficie el aprendizaje de los niños también es únicamente sobre esa superficie…
Los castigos suponen una falta de respeto tanto para la persona que lo recibe como para la que lo impone. Cuando nos quedamos sin recursos y nuestra única opción es castigar, amenazar, chantajear… nos estamos perdiendo el respeto a nosotros mismos y por supuesto a nuestro hijo. Si tienes alguna duda sobre porque es importante el respeto en la crianza te invito a que leas el post El respeto es una pieza clave en la relación con nuestros hijos.
Que alternativas tenemos a los castigos
Como hemos visto los castigos no ofrecen ningún enseñanza a los niños y no les aporta nada positivo en su aprendizaje. Ante un comportamiento negativo de nuestro hijo los que nos sentimos incómodos somos nosotros por eso solemos reaccionar rápido y casi sin pensar… ¿Qué tal si la próxima vez antes de reaccionar te tomas un minuto para respirar y tratar de calmar lo que provoca en ti ese comportamiento? En el artículo La importancia de saber parar a la hora de educar a nuestros hijos encontrarás que beneficios obtendrás al hacerlo. Es difícil dejar de lado el castigo cuando no tenemos alternativas a ellos, por eso una vez que nosotros estamos calmados podemos:
- Confiar en nuestros hijos. Debemos confiar en las capacidades de nuestros y en sus ritmos de aprendizaje. Nadie consigue nada a la primera pero confiando y dándoles la oportunidad de hacer y experimentar irán aprendiendo y desarrollando habilidades.
- Enfocarnos en buscar soluciones. Una vez que se ha ocasionado el conflicto en vez de querer hacer «pagar» el error podemos focalizarnos en buscar soluciones a ese problema. ¿Se solucionará el conflicto por saber quien tiene la culpa y que pague por ello?
- Ver los errores como oportunidades de aprendizaje. Cada equivocación es una nueva enseñanza. Si en vez de penalizar con castigos, gritos, amenazas… estos errores ofrecemos a nuestros hijos compasión y amabilidad, les damos la oportunidad de reflexionar sobre él y le ayudamos a explorar sobre de que otra forma se pueden hacer las cosas el aprendizaje será real.
- Fijar un límite y ser consecuente con él: Decidir lo que se va a hacer y avisar con antelación. No nos centremos ni traslademos a nuestros hijos la obligación de hacer algo. «No te puedo obligar, pero me gustaría tu ayuda/colaboración»
- Trabajar con los niños para llegar a acuerdos: Si involucramos a los niños y les damos la opción de opinar será mucho más fácil que lleguemos a un punto donde las dos partes nos sintamos cómodas y seamos capaces de cumplir las normas sin necesidad de tener que recurrir a castigos. Una vez que hemos llegado a un acuerdo es importante que lo cumplamos y que seamos consecuente con él.
- Expresar como nos sentimos: Hablar y exteriorizar nuestros sentimientos hace que nos sintamos mejor y hace que los niños puedan entender como nos hace sentir determinadas situaciones.
- Cuidar tus necesidades: Cuando nos olvidamos de nosotros mismos y no satisfacemos nuestras necesidades es mucho más fácil que nos dejemos llevar por nuestro cerebro emocional y no tengamos la paciencia y la calma para solucionar la situación con respeto.
Dejar que nuestros hijos experimenten las consecuencias lógicas de sus actos también es necesario para su crecimiento. No podemos estar continuamente rescatando a los niños porque hacemos que se sientan incapaces. Muchas veces no queremos dejarles vivir esas consecuencias porque realmente a quienes nos molestan o nos duelen es a nosotros, pero no podemos vivir la vida por nuestros hijos… La próxima vez que tu hijo no quiera ponerse el abrigo para salir a la calle en pleno invierno, en vez de que se ocasione un conflicto (y pueda acabar en amenazas o castigos), déjale que experimente porque es necesario abrigarse, pero sin sermones ni malas caras. «Cariño hace frío y por eso es importante abrigarnos pero si no quieres el abrigo es una decisión tuya», te recomiendo que bajes el abrigo en la mano porque seguramente al sentir el frío querrá ponérselo 😉
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